viernes, 6 de junio de 2014

Como yo tampoco tengo ganas de escribir ni casi de hablar...

José Antonio Palao Errando
Profesor del Departamento de Ciencias de la Comunicación de la  Universitat Jaume I de Castelló
“En mi curioso ayer, prevalecía la superstición de que entre cada tarde y cada mañana ocurren hechos que es una vergüenza ignorar. (…) Las imágenes y la letra impresa eran más reales que las cosas. Sólo lo publicado era verdadero. Esse est percipi (ser es ser retratado) era el principio, el medio y el fin de nuestro singular concepto del mundo.”
Jorge Luis Borges, “Utopía de un hombre que está cansado”
Yo ya tenía pensada mi columna. Una cosita anecdótica y hasta un poco arqueológica, tal vez. 
Quería escribir sobre un episodio curioso de esos que a veces pueblan la intrahistoria de los pueblos, pero son arrinconados por el tsunami de la HISTORIA verdadera, la que escriben los hombres importantes, los que tienen siempre la sartén por el mango. Era una anecdotilla, de ésas que no pasan a la HISTORIA, pero que da mucho gusto leer en los librillos de miscelánea.  Parece ser que allá en una primavera a mediados de la segunda década del siglo XXI, en unas elecciones de las que nadie se acuerda, llegó a dar la impresión de que el bipartidismo y el GRAN PACTO CONSTITUCIONAL DE 1978, habían quedado seriamente heridos. Un partido de advenedizos se había presentado con el nombre de Podemos y otro, también de poca importancia pero con más trayectoria, con el lema sí se puede. Y parece ser, según las crónicas de sociedad, que habían conseguido un gran número de votos.
Además hubo una figurilla que tuvo su cuarto de hora de gloria. Un tal Pablo Iglesias, un muchachillo con coleta que había salido mucho en la tele. Puede que algunos de ustedes se acuerden. Fue durante el final del reinado del Juan Carlos I, El Rey Cazador, como lo recuerda la HISTORIA, ésta sí, con mayúsculas. La fama le duró poco, porque sus pequeñas propuestas fueron en seguida relegadas por los grandes hitos de la MONARQUÍA, éstos sí, importantísimos para la HISTORIA del pueblo español… Pero claro, cuando reclaman la actualidad los que se han ganado su puesto en la HISTORIA a pulso y por méritos propios, entiendo que hablar de estas pequeñas tonterías no tenga mucho sentido.
El caso, en seguida salieron los dos grandes líderes de los dos grandes partidos de ESPAÑA, tan queridos e incuestionados por las buenas GENTES españolas, arropando al gran REY, que había decidido abdicar, a favor de su hijo el gran Felipe VI, el Preparado. Oye, nada de tonterías, que había hecho el COU en Canadá, ¿eh? Y luego se pasó tres años en el ejército como un hombre de verdad, que le harían pelar patatas y todo. Y casado con la gran Reina Letizia, la Semisilenciosa (o laExpresiva, según otras fuentes) que también era una gran mujer y que, a diferencia del de la coleta, no le debía nada a la tele. Total, éste ¿qué meritos tenía? En los mítines se hartaba de contar que tenía dos carreras, másteres y hablaba idiomas y que era profesor de una cosa que se estudiaba en la época que se llamaba ciencia política (perdónenme las prisas debidas a estos grandes acontecimientos de la HISTORIA, pero ahora no me acuerdo si se enmarcaba en el Trivium o en el Quadrivium y no me da tiempo a ir a consultarlo en la Wikipedia, ya van ustedes, si eso…)
Vamos, que la agenda de la actualidad manda, porque es sagrada y objetiva
Vamos, que la agenda de la actualidad manda, porque es sagrada y objetiva y los asuntos triviales y pequeños pueden esperar, como mi columna sobre la irrupción de Podemos, la filosofía política en la que se ampara, la nueva configuración de la izquierda y el posible fin del bipartidismo setenteayochista.
¿Les hace gracia? A mí ninguna, les confieso. Acabamos de asistir a un auténtico golpe de(l) Estado, manejando aquello que es lo único que poseemos los mortales y que dominan, gestionan, administran y nos niegan a placer los poderosos: el tiempo. Es un gran aviso para navegantes: los que pueden son los que tienen el poder, no nos confundamos. Y va a ser muy difícil arrebatárselo porque no sólo tenían votos. También dinero, todos los medios de comunicación inevitablemente al servicio de sus dictados, un ejército y la palabra. Tienen todo eso y por ello pueden chupar cámara y usurpar lo que digamos con un leve golpe de timón.
Es un gran aviso para navegantes: los que pueden son los que tienen el poder…
Me he pasado toda la campaña electoral criticando el uso del término ‘casta’, porque me parecía sesgado, injusto, peligroso como arma arrojadiza, un pelo demagógico. Y acabo de recibir un tapabocas colosal. La casta, la monarquía constitucional, los dos grandes partidos que se han venido repartiendo el poder los últimos treinta y dos años, han reaccionado de forma rabiosa y efectiva reconquistando el campo comunicativo y mediático, que es el auténtico espacio de la gobernanza, expulsando de la agenda a todos los demás. Estábamos hablando de la limitación del poder, de reestructurar radicalmente el espacio político y representativo, de regular la economía, de nacionalizar empresas estratégicas y obligar a la banca a devolver lo que se le dio. Y ahora estamos hablando de si el rey debe ser aforado o no.
Algunos dirán, “pero les ha salido el tiro por la culata: mira el movimiento republicano que se ha generado a cuenta de la abdicación”. Lamento desengañar su ingenuidad. Esto ya estaba previsto. Frente a todos los anteriores, el debate sobre la forma del Estado es artificial y muy conveniente para elstatus quo. ¿Por qué? Porque las representaciones existen, y tienen una gran carga performativa: son la realidad. Hace una semana muchos estábamos orgullosos, incluso algunos convencidos de que se podía, porque habíamos conseguido arrinconar el viejo discurso liberal de las mayorías arrebatándoles, fuera como fuera, el cincuenta y uno por cien de los votos a los dos partidos de la alternancia institucional y burocrática. Con el golpe mediático en que ha consistido la abdicación del rey y las proclamas de republicanismo de la izquierda, sin embargo, volvemos a estar como estábamos: llenando las calles, haciendo changeorgs y preguntándonos cómo podríamos configurar una mayoría frente a los dos grandes partidos una vez más bajo la hermética y apabullante representación de un noventa por cien de los diputados apoyando la sucesión.  ¿Se acuerdan de una cosita más prehistórica aún que se llamó 15M? Pues lo mismo.
Frente a todos los anteriores, el debate sobre la forma del Estado es artificial y muy conveniente para el status quo
La pregunta es: ¿podíamos hacer otra cosa? ¿Haber pasado de la agenda y haber seguido a lo nuestro, que era profundizar la democracia y apropiarnos del capitalismo controlándolo hasta conseguir disolverlo y dar lugar a una nueva realidad? La respuesta es terrible: no, no podíamos. ¿Cómo íbamos a callar las reivindicaciones republicanas en un momento como éste? Es lo terriblemente real del poder de los poderosos: que dominan el campo de la palabra, de la comunicación, de la producción de las ideas. En una democracia no pueden obligarnos a decir lo que quieren, pero tienen la sartén por el mango para decidir cuándo, desde dónde, en función de qué, y cómo debe y puede ser escuchado lo que decimos. Volvemos a ser un grupo de gente preguntándole al espejito qué representamos, pidiendo un referéndum, ansiando saber si somos mayoría y temiéndonos que no, porque ante las preguntas que formula el Otro, siempre estamos en desventaja, y cualquier contestación está siempre sesgada por las trampas de quien no nos dice qué hemos de contestar, pero sí impone como relevantes sus preguntas, sin dejar espacio para que formulemos otras. No nos han quitado la palabra, simplemente nos han dejado claro el lugar desde el que podíamos enunciarla. Pablo Iglesias se ha vuelto a convertir de nuevo en un tertuliano, que ahora habla del rey y su sucesión, cuando había conseguido ser un representante del pueblo. Y lo mismo, no se me pongan celosos, ha pasado con Izquierda Unida y con Compromís.
No nos han quitado la palabra, simplemente nos han dejado claro el lugar desde el que podíamos enunciarla.
Total, que plegándome a los designios de la casta (sí, lo mío probablemente sea diagnosticable como un típico caso de Síndrome de Estocolmo) y de las máximas instituciones del Estado, que marcan sobre qué hay que hablar, he acabado haciendo lo único que me era posible hacer: escribir este artículo. Déjenme mi pequeño espacio de resistencia: decir que lo he hecho sin ningunas ganas, sin ningún entusiasmo por la cháchara monárquica y sus simulacros innaturales. Al menos, que eso quede absolutamente claro. Y a esperar otro momento, que deseo no muy lejano, para volver a arrebatarle al poder su máximo tesoro, su mayor arma: el tiempo y el ritmo de la HISTORIA. Y ya rendido del todo, dejen que me despida como me impone la agenda del poder y les desee, esto sí, de corazón ¡Salud y República!